En esta pieza, los bloques de color amarillo capturan la mirada, uno sólido y vibrante, el otro delineado con precisión, creando un patrón de red que juega la percepción de profundidad y forma.
Los trazos verticales que atraviesan la obra sugieren una lluvia dorada, un flujo constante que conecta el cielo con la tierra, lo etéreo con lo tangible.
Las líneas negras, firmes y definidas, construyen un puente entre el orden y el caos, entre la estructura y la libertad; un mundo donde los colores hablan y las formas cuentan historias.